El dinero no da la felicidad, pero el no tenerlo es una gran dificultad para alcanzarla, según una de las conclusiones de un estudio financiado por Coca-Cola y recientemente difundido. Ese principio puede explicar ciertos comportamientos, incluso delictivos. Pero cuesta entender por qué Roberto Cearsolo, un hombre de 48 años, director de Administración y Finanzas del Museo Guggenheim bilbaíno, sin problemas de dinero, arruinó su carrera apoderándose de casi medio millón de euros a lo largo de los últimos 10 años mediante la manipulación de las cuentas y de transferencias bancarias y cheques que firmaba en nombre de la institución. Su comportamiento es una patología a estudiar por los psicólogos, si bien tiene un elevado componente de cinismo y de falta de escrúpulos. "No podía aguantar más", ha confesado en la carta enviada a su íntimo amigo, el director del museo, Juan Ignacio Vidarte. Días antes pidió baja por depresión y anunció que la enfermedad "iba para largo". Hay un matiz importante: la declaración la hizo cuando el Tribunal Vasco de Cuentas Públicas se disponía a dar a conocer las irregularidades.
Casado, dos hijos, economista, con un salario de 69.000 euros anuales brutos, no tenía más signo de ostentación que un coche de alta cilindrada y una debilidad: practicar el ciclismo. "Mi sueño es jubilarme. Me gustaría tener más tiempo libre para hacer las cosas que realmente me gustan", afirmaba en una entrevista hace cinco años. Su voracidad o su estupidez le han llevado al descrédito y probablemente a la cárcel, pese a que ha devuelto con un cheque 251.900 euros y promete restituir pronto la suma restante.
El desfalco mancha el buen nombre de que gozaba hasta ahora el Guggenheim desde su creación en 1997. Y en ese borrón se ven implicadas las autoridades políticas vascas de las que depende la pinacoteca por haber permitido que la gestión de los fondos del museo no fuera sujeta a una auditoría externa desde 1998 hasta 2007. Deben explicar qué motivos les llevaron a no aplicar el rigor en el control del gasto y enmendar la negligencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 18 de abril de 2008