Gordon Brown acabó ayer una visita de tres días a EE UU. La visita hubiera sido un éxito personal resonante si no fuera porque ha coincidido día a día con la estancia del Papa. No es que un primer ministro británico vaya a suscitar nunca un entusiasmo mediático al otro lado del Atlántico, pero menos aún si llega en plena efervescencia electoral y a la sombra de Benedicto XVI. La prensa británica ha destacado eso por encima de todo en su cobertura del viaje.
Y, sin embargo, todo estaba programado para que fuera un gran éxito, especialmente necesario en un momento en que los conservadores están disparados en las encuestas y desde el propio laborismo se empieza a cuestionar el liderazgo de Brown.
El primer ministro se entrevistó el jueves en privado con el presidente George W. Bush, con el que ofreció luego una breve conferencia de prensa que sirvió para ensalzar "la relación especial" entre EE UU y el Reino Unido y para reparar unas relaciones personales que parecieron gélidas cuando Brown visitó el verano pasado Washington.
Horas antes se había entrevistado en la embajada británica en Washington con los tres aspirantes a la presidencia de EE UU -cada uno por separado, claro-, algo que no habrían conseguido en estos momentos muchos primeros ministros.
El miércoles, Brown estuvo en Nueva York y se entrevistó con el alcalde, Michael Bloomberg, intervino con solidez en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU lanzando su hasta ahora más firme advertencia sobre la crisis de Zimbabue y almorzó con un selecto grupo de Wall Street para analizar la crisis financiera mundial. Y ayer vio al presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, antes de viajar a Boston para volver a ensalzar la alianza anglo-americana en la Biblioteca John F. Kennedy.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de abril de 2008