El artista Gregor Schneider, habitual abonado a la polémica, planteó ayer la transgresión del que quizá sea el último tabú del arte: la muerte. El alemán, premiado en la Bienal de Venecia de 2001, busca un museo que le permita mostrar la agonía y el fallecimiento de un enfermo terminal para, a los ojos del público asistente, teorizar sobre "la belleza de la muerte".
Convertirá, así al agonizante, en "el centro de atención". "Todo de acuerdo con sus familiares. Se trataría de crear una atmósfera privada con un orden de visitas", explica Schneider. La propuesta, que él mismo reconoció de "complicada" ejecución, ya cuenta con un voluntario deseoso de morir en público. Más complicado parece que un centro artístico se involucre en un proyecto que plantea problemas éticos que se antojan insalvables. Si pudiese elegir, argumentó Schneider, optaría por el Museum Haus Lange, de Krefeld, al oeste de Alemania. Pero la propuesta ha chocado ya con la oposición de las autoridades (el director del museo y el alcalde de Krefeld ya han anunciado que allí no se hará) y de algunas ONG que trabajan con enfermos desahuciados.
La trayectoria de Schneider ha estado siempre asociada al escándalo. El año pasado instaló en Hamburgo un cubo que recordaba a la kaaba, piedra sagrada negra de La Meca. Y en Berlín, cientos de personas esperaron durante horas para entrar en una performance en el edificio de la Ópera Estatal. Una vez dentro, les anunciaron que ésa había sido la performance: esperar durante horas a la intemperie berlinesa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 22 de abril de 2008