Sentados, sin camiseta y cerveza en mano, los primeros seguidores del Manchester se tostaban -en rigor se quemaban- al sol del Puerto Olímpico. Ni caso a las advertencias del animador por los peligros de la solana en su blanca piel. El recinto de acogida que montó el Ayuntamiento al pie de la torre Mapfre se empezó a animar hacia el mediodía. Casi nadie prestaba atención a la pantalla gigante que reproducía anteriores partidos de la Champions, gentileza del propio club y de la UEFA. La estrategia perseguía tenerlos entretenidos lo más posible en el punto de acogida. De ahí los futbolines, billares y algún hinchable en forma de portería. Pero lo que más les distraía era la barra y la cerveza. Los más acalorados -por dentro y por fuera- bajaron a la playa a remojarse.
Los autocares que les trasladaban desde el aeropuerto se estacionaban justo detrás de la torre Mapfre. Perderse era prácticamente imposible. También estaba clara la hora de la cita para ir al campo: las 17.00 horas. La mayoría de los 2.000 hinchas que llegaron al recinto eran grupos de hombres, pocas mujeres -las primeras que llegaron tuvieron rosa de Sant Jordi, luego se acabaron- y menos familias. Mapa en mano, muchos decidieron aprovechar las cuatro o cinco horas hasta ir al estadio para visitar la Sagrada Familia o pasear por el centro. Otros se acomodaron en los restaurantes del Puerto Olímpico y de la Barceloneta. Al sol, por supuesto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 24 de abril de 2008