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OPINIÓN

Leyenda Esperanza

Ahora casi todo lo que se refiere a Esperanza Aguirre parece de leyenda; pero hay cosas ciertas. Conoció a la Thatcher. Es verdad. Es más, estaba ella tan atemorizada, sumada a su bolso, pegada a la pared, que pensé que merecía pasar delante de la cola, y le pedí que se adelantara:

-Mire, señora Thatcher, esta joven quiere conocerla.

La Thatcher le dio la mano, Esperanza hizo una inclinación, y por un instante sintió que la Dama de Hierro aquel 24 de febrero de 1994 era Su Soberana. No lo era, pero le gustó sentir la cercanía de la púrpura. "Nunca olvidaré este instante".

¿Quería ser como ella? Probablemente. Esta semana se lo han afeado los suyos: "¡Quiere ser como la Thatcher, si ya no nos vale!". En aquellas ocasiones en que la Thatcher estaba por aquí, Esperanza era aún una novicia (que es un adjetivo que gusta ahora en el PP), acostumbrándose al libro de estilo de la ilustre visitante.

No sé si ya será tan inglesa; por ejemplo, en la BBC no le habrían dejado tomarse tanto tiempo del aire público para la declaración vacía del lunes pasado en 59 segundos, y los jerarcas de la prensa y la comunicación británicos le habrían impedido hace rato la inversión pública que hace en Telemadrid a favor de su imagen.

Pero es que ya ella quiere ser sólo Esperanza. Llega antes, pero es como si aún no estuviera, está siempre a punto de haber llegado. Me recuerda a aquel presidente Irigoyen argentino que respondía, mientras le preguntaban de dónde venía: "¡Yo hasta cuando vengo voy!"... Y si vuelve de esta aventura que la mantiene tan indecisa, por delante se va a llevar a alguien. No es la Dama de Hierro, pero la Dama mata. Ignacio González dijo el otro día, alabándola: "Es mi jefa, cómo no la voy a seguir hasta la muerte". Y por la espalda sentí el escalofrío que se sentía cuando tenías cerca a la Thatcher. La jefa.

Siempre delante. Te la imaginas delante de la policía, que la custodia, en medio de una huelga universitaria que ella quiere romper para "exigir el derecho democrático a examinarse". 1970, quizá. La acompañan los guardias; uno de sus compañeros es hijo de un ministro franquista de Información. Les abuchean voces que hoy son de la lista del partido que la empuja; la leyenda sitúa los flequillos de Pilar del Castillo, bandera roja, y de Fernando López Amor, guevarista...

"Yo hasta cuando vengo voy", dijo ya entonces, y ahora va y viene. No es la Thatcher, pero si le sale bien el mus se van a enterar de lo que vale un peine. -

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 27 de abril de 2008