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Análisis:EL ACENTO

Confesiones a un pintor

En qué pensaba Tony Blair mientras posaba para el enigmático retrato oficial que le inmortalizará en la Cámara de los Comunes, pintado por el artista Phil Hale? A juzgar por su expresión, podría estar cavilando acerca de cómo se malbarató su carrera, la carrera de uno de los políticos más brillantes de la historia reciente del Reino Unido. Un líder que fue capaz de arrastrar al centro político al con frecuencia dogmáticamente izquierdista Partido Laborista y convertirlo en una máquina de ganar elecciones. Que no cesó en su empeño de forjar la paz en Irlanda del Norte, que descentralizó el Reino Unido dando autonomía a Escocia y Gales, que cambió el tono -sólo el tono- de las relaciones británicas con la Unión Europea.

Pero su ademán triste invita a pensar que por su cabeza pasaba el Blair que dividió a Europa por la guerra de Irak, el político incapaz de reconocer el error de un conflicto trágico, cruel e innecesario, el líder que apenas supo imponer su agenda reformista para reflotar los servicios públicos o el que se abrazó al cheque británico como una Margaret Thatcher cualquiera a la hora de negociar las finanzas europeas, que dejó a la libra fuera del euro, que mantuvo los controles fronterizos a los ciudadanos del continente y que se envolvió en la bandera de la lucha contra el terrorismo para dar varias vueltas de tuerca a las libertades individuales de los británicos. O el dirigente que sacó de quicio a la izquierda británica aliándose con Silvio Berlusconi y con José María Aznar y que a la hora de la verdad -como casi siempre en el Reino Unido- eligió a Washington frente a Bruselas.

Es quizás ahora, contemplando la torpeza con la que se mueve su gran rival en el partido y sucesor, el primer ministro Gordon Brown, cuando más se aprecian las virtudes que tenía Tony Blair. Y a muchos les tienta ayudarle a resucitar en forma de primer presidente de la Unión Europea, un cargo que se estrenará este otoño. Pero su figura divisiva y su incapacidad para superar las viejas pulsiones antieuropeas del Reino Unido parecen incapacitarle para ese puesto. Aunque si se pudiera viajar a Londres sin fronteras y pagar las pintas en euros, quizás muchos cambiarían de opinión.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 27 de abril de 2008