Se le notaba contento y relajado al timonel en el complaciente interrogatorio de 59 segundos, con el aplomo que proporciona volver a ganar, saber que cuatro años de aullidos apocalípticos no han conseguido derribar su castillo. Sigue con la molesta tendencia de repetir varias veces la misma cosa para que el oyente duro de oído se quede finalmente con la copla, y también le escucho algunas solemnes certidumbres que me despiertan el rictus, como ?el poder no me ha cambiado ni me va a cambiar?, ?mi corazón socialista ha crecido con el ejercicio del poder? y ?siempre hay personas que critican todas las cosas?. Lo tercero es muy higiénico. El escepticismo y la historia certifican que todo lo relacionado con el opiáceo poder es, como mínimo, resbaladizo, discutible o negociable.
También me hace mucha gracia la extendida falacia de que lo que apasiona a la clase política no es el dinero sino el poder. Imagino que el cordón umbilical entre esas dos cosas tan sabrosas es irrompible. Dudo que exista alarma social al constatar que una vez colocado en la política, tu economía va a ser regia y vitalicia, aunque dimitas de seguir ofreciendo tu vida al servicio de los demás. Lo de Taguas y Zaplana sólo puede escandalizar a los habitantes del limbo. Hay que convencer a los niños de que no aspiren al funcionariado, que es aún mucho más seguro lo de hacerse político.
Los conjurados y el emperador se besan y arrullan en el día de la concordia. Qué sonrisas profidén se regalan Rajoy, Aguirre y Gallardón. Vocea la enfática Esperanza que los héroes del 2 de Mayo tuvieron muy claro lo que era España y la defendieron, compartiendo los valores y creencias de otros doce millones de españoles. Veo las pinturas de Goya, leo a Reverte y constato que los madrileños coléricos no hablaban con acento nasal. La gente de bien, los patriotas de siempre, observaban desde sus casitas la matanza de la chusma. Normal.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de mayo de 2008