Es uno de los poetas imprescindibles del siglo XX y además cantaba, pero hace demasiado tiempo que nadie me habla de él, ni le escucho en ninguna radio, su nombre le suena a chino a los menores de 40 años. Se llamaba Georges Brassens. Le sentaba muy bien el bigote, la pipa, el polo de manga larga, la acracia, el sarcasmo, la paradoja, la transgresión, la irreverencia, el lirismo no subrayado. Siempre existe una canción suya, una imagen, una idea, un verso, para aclararme cualquier confusión vital, para cada estado de ánimo.
"Morir por las ideas, la idea es excelente, muramos, de acuerdo, pero de muerte lenta. Vosotros, los que predicáis el martirio, los del piquito de oro, por favor, vosotros, primero", cantaba Brassens en Morir por las ideas. Asocio inevitablemente esas palabras con la noticia de que entre los tullidos del Ejército estadounidense en Irak hay 30.000 hispanos. De negros no dan cifras. Y sorprende que entre las víctimas no existan wasps, ni discípulos de Yale y Harvard, ni hijos de los congresistas y los senadores que convencieron a la mayoría silenciosa o ruidosa de que el Averno y sus ángeles vivían en Irak y estaban preparando el final de Occidente con armas de destrucción masiva. En Fahrenheit 9 / 11, Michael Moore les preguntaba a los políticos que hacían proselitismo con lo de palmarla por la sagrada patria que cuántos de sus cachorros estaban en Irak, y filmaba la estampida de los próceres, su desvergonzado "no sé, no contesto".
También cuentan que las criaturas de Barrio Sésamo están siendo utilizadas publicitariamente para convencer a los sufridos y heroicos soldaditos de que están haciendo lo que hay que hacer en Irak. Y recuerdan que el patriota Disney y otros adoradores de los niños exhibieron a Popeye, Bugs Bunny, el Pato Donald, los siete enanitos y demás fetiches de infancia para convencer a los norteamericanos de que había que ir a las guerras. Disney murió en la cama.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 4 de mayo de 2008