En la batalla individual que mantienen los más grandes, el currículum lo es casi todo. Cuando Michael Jordan ganó en 1998 su sexto anillo ante Utah después de realizar la enésima proeza, su primer gesto fue levantar las manos y mostrar al mundo, en lenguaje de dedos, el número seis. Aquello encerraba un mensaje subliminal en clave de rivalidad personal. No se trataba de un anillo más. Era el que le separaba definitivamente de uno de sus grandes rivales en el imaginario colectivo, Magic Johnson, que sólo tenía cinco.
Ante el resbaladizo mundo de las opiniones, los datos ayudan a jerarquizar. Para poner orden en las rivalidades, hay dos varas en las que fijarse. La primera, el número de títulos. Jordan no fue grande hasta que en su séptima temporada llevó a los Bulls hasta el anillo. Gente como Charles Barkley, Karl Malone o Steve Nash (dos veces jugadores más valiosos, MVP) viajarán siempre en el segundo vagón por no haber logrado ni una sola vez el éxito con mayúsculas. Para terminar con las dudas que resten está la segunda, el premio al mejor jugador de la temporada. Basta con mirar la lista de los más veces elegidos. Abdul Jabbar (6) Russell y Jordan (5), Chamberlain (4), Bird, Magic y Moses Malone (3). Casi nada.
Bryant cumplió el primer requisito con inusitada rapidez. A los 22 años ya logró el primer anillo. Con 24, llevaba tres. Su estrellato era indiscutible y sólo parecía cuestión de tiempo que cayese el MVP. Pero los Lakers ardieron por dentro en cuanto Shaq y Kobe se liaron a mamporros dialécticos. La imagen de Bryant salió muy mal parada y le colocaron la etiqueta de egoísta. Todas sus actuaciones se juzgaban con el sesgo de tratarse de un jugador que sólo buscaba su interés. Incluso los famosos 81 puntos, una proeza, no fueron evaluados de la misma manera que si los hubiese conseguido Jordan. De nada servían jugadas y actuaciones escalofriantes o ser el máximo encestador. Estaba bajo sospecha.
Sin ser despejadas en su totalidad, al menos muchas nubes se han retirado esta temporada. Las suficientes para poder reconocer un talento superlativo. Al final, era cuestión de mover un par de palabras de sitio. Dejar de ser un jugador con un equipo a su servicio para transformarse en un jugador al servicio de un equipo. Alguien con capacidad para mejorar a los demás. Al fin Bryant ha entendido la forma de llegar a disputar lugares destacados en el Olimpo baloncestístico. Su primer MVP confirma que se encuentra en el camino adecuado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 8 de mayo de 2008