Lo que podemos llamar ofensiva ultracatólica -o, acaso, no podemos- ha dejado un rastro de baba verde sobre la reputación de la Clínica Isadora y otros centros legalmente dedicados a la práctica no menos legal de la interrupción voluntaria del embarazo. Pese al dictamen de Protección de Datos, que ha archivado el caso contra el establecimiento, y a las demostradas falsedades propiciadas en su momento por la investigación llevada a cabo por agentes de la Guardia Civil, a los que rápidamente se unieron asociaciones defensoras de la vida y el feto según ellas, gracias a ello, digo, la baba difamatoria permanece. Y no sabemos, a estas horas, los nombres de quienes lanzaron a la opinión pública el rastro de veneno.
Si se conectan ustedes a la Red y escriben en Google palabras como "restos humanos", "contenedores", "vulneración de seguridad", "fetos", "lágrimas", "todos lo hemos visto" y "trituradoras", obtendrán un paquetón formidable, perfectamente estructurado, envuelto y con un lazo rosa, en cuyo interior se enrosca y desenrosca la sierpe más bien cuidada. Se llama calumnia.
Los médicos de Leganés, los profesionales de Isadora, los pacientes y las pacientes, españoles todos. ¿No estamos ya hasta las narices de la impunidad con que el postrentismo y el neocarquismo y la más que repugnante oleada conservadora hagan lo que les sale del felpudo? ¿Tendremos que esperar a que, en unos siglos, una mujer y no embarazada, sino recién abortada, reciba el nombramiento de ministra de Defensa, o de, ya puesta, de vicaria general castrense, para que realmente se defiendan los mínimos logros conseguidos antes del Aznarocalipsis?
A ver, ¿dónde están los culpables de tamaño desatino? ¿Y dónde están quienes deben castigarles? Y el nombre mancillado, ¿quién lo limpia y cómo? Sólo les faltaba el dúo Berlusconi-Benedicto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 8 de mayo de 2008