Algo se mueve en las Baleares. Sus preciados metros cuadrados están siendo ocupados, además de por la construcción y el turismo, por viñas. Lo último en incorporarse al panorama vinícola de calidad viene de Menorca. La isla Reserva de la Biosfera, con tan sólo 25 hectáreas y unas 60.000 botellas repartidas entre sus seis bodegas, comienza su particular despertar desde hace poco más de una década y después de un declive general de la viticultura en la isla.
En las 75.000 hectáreas de las famosas islas mediterráneas se concentran cinco categorías de Vinos de la Tierra y dos Denominaciones de Origen que comienzan a dar sus frutos de calidad. No hay duda de que la condición de insularidad imprime carácter, y no sólo por el clima y el suelo, sino por las costumbres y una particular cultura del vino. En los años noventa se constituyó la primera D. O., Binissalem-Mallorca, en el centro geográfico de la isla. Unas 600 hectáreas y 16 bodegas representan la zona más importante en volumen (millón y medio de litros). Con la mitad de superficie y 12 bodegas se formalizó años más tarde la segunda D. O., Pla i Llevant, en la zona oriental de Mallorca. Con el nuevo siglo surgieron los vinos de la tierra de Ibiza, Serra Tramontana-Costa Nord, Formentera, Islas Baleares e Isla de Menorca.
Responden a otra mentalidad por parte del consumidor y una nueva visión del hostelero impuesta, en parte, por la demanda del turista que desea probar los vinos de las islas. Se ofrece el valor cultural del vino como atractivo y sus interesantes uvas autóctonas: Manto Negro, Callet y Fogoeu en tintas y Moll en blancas, más una gran variedad de tipos de vinos (dulces, espumosos, de aguja...). En definitiva, un sabor balear por descubrir. Y sin contar con las Hierbas de Mallorca e Ibicencas, Palo de Mallorca, Gin... que ése es otro beber.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de mayo de 2008