No hay derecho a que pongan en duda la palabra dada por Javier Arenas. Saben todos de su compromiso cierto con Andalucía al regresar a la política autonómica quemando así las naves en Madrid. Lo suyo es entregarse en cuerpo y alma a su tarea, de nuevo, como jefe de la oposición a Manuel Chaves y se está implicando al máximo. De modo que no se entiende la insistencia de algunos que le señalan como el posible "as" que se guarda en la manga, a partir de esta semana, Mariano Rajoy para hacerse con el control del partido como próximo secretario general. Prácticamente, todos los medios apuntan que reúne el perfil idóneo: hombre con experiencia, con autoridad reconocida dentro de su propia organización y habilidad negociadora suficiente como para fraguar los pactos que se requiera en un futuro con los nacionalistas. Todo con el fin de centrar el partido y alcanzar ese ambicioso objetivo de lograr unos 12 millones de votos, los necesarios, en fin, para dejar a un lado a los socialistas.
Pueda que, en efecto, tenga esas condiciones pero él ya se ha descartado por activa y por pasiva, sin que eso signifique que renuncie a la pelea. Fue de los primeros en desactivar el "golpe de mano" de Esperanza Aguirre tras perder el PP las pasadas elecciones generales. En sintonía con el valenciano, Francisco Camps, articuló un rápido movimiento de los barones con tal suerte que el primer envite se resolvió manteniendo vivito y coleando al propio Rajoy. Más tarde, se ha dedicado a articular un discurso moderado, apelando a algo tan elemental como el sentido común y la responsabilidad para resolver la crisis no dando nunca oportunidad a que de sus palabras se pudiera interpretar un ataque a sus propios compañeros para no dar así sensación de división ante la opinión publica.
Claro que tanta moderación ha sido interpretada por algunos malvados como un movimiento de desmarque de última hora dada la evolución de los acontecimientos. Piensan que es capaz de abandonar el barco a última hora. Y la verdad es que no le conocen bien. Él aguantará el tirón y tal y como en su día hizo con Aznar, a quien ligó su futuro político. En esta ocasión se vinculará hasta las últimas consecuencias con su presidente del partido, pase lo que pase. No se entiende tanta inquina y tanta duda sobre sus verdaderas intenciones como si no hubiera demostrado más de una vez que es un hombre capaz de cumplir sus propios compromisos. Es una mala fama que le persigue. ¡Qué dura es la política!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 26 de mayo de 2008