Gordon Brown, que tanto se afanó para suceder en Downing Street a su correligionario Tony Blair, probablemente nunca imaginó tan amarga herencia. La caída del primer ministro británico es tan espectacular que en el laborismo se barajan abiertamente quinielas de sucesión y se multiplican las especulaciones sobre defecciones o rebeliones ministeriales y parlamentarias. Brown se ha convertido un año después de llegar a la cima en un pasivo formidable, al que la mitad de los simpatizantes socialdemócratas querrían ver fuera, según encuestas recientes.
En un país tan apegado a las urnas como el Reino Unido cuentan más los veredictos electorales que las polémicas doctrinales o las decisiones de gobierno más o menos acertadas (y las de Brown lo han sido poco desde que el año pasado barajara la idea de elecciones anticipadas para desdecirse después con argumentos peregrinos). Las urnas han sido este mayo devastadoras para el menguante primer ministro británico. En los comicios locales, el laborismo perdió a manos conservadoras Londres, la joya de la corona. Después, ha llegado la estocada de Crewe, un feudo laborista durante 30 años, en cuya reciente elección parlamentaria el partido gobernante ha cosechado una estrepitosa derrota. El varapalo es mucho más que una protesta por los nubarrones económicos que también descargan sobre el Reino Unido. Ha sido un pronunciamiento sobre el liderazgo de Brown. Si en unos comicios generales los votantes desertaran del laborismo como lo han hecho en Crewe, los conservadores revividos por David Cameron obtendrían una arrolladora mayoría en los Comunes. Por primera vez en 16 años, la oposición tory se percibe como alternativa real de Gobierno.
El caso Brown es una mezcla de factores cuya resultante es una dinámica perdedora difícilmente reversible. Al premier se le pasa factura no sólo por sus hamletianas dudas políticas; también por la quiebra del Northern Rock, por los escándalos financieros de su partido, por la incompetencia demostrada en la pérdida de millones de datos confidenciales de los ciudadanos o por sus veleidades fiscales. Y por su falta de gancho. El antiguo canciller del Exchequer no es diferente de cuando ejercía ese trabajo con competencia. Es que ahora tiene el poder, y con él la responsabilidad y visibilidad absolutas. Y tras 10 años de Tony Blair eso exige unas condiciones de las que Brown aparentemente carece.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 28 de mayo de 2008