No resulta sorprendente que seis de los principales productores de armas a nivel global, Estados Unidos, Israel, Rusia, China, India y Pakistán, no hayan participado en la firma del Proyecto de Tratado Internacional contra las Bombas de Racimo.
Aunque el acuerdo de Dublín es positivo, no tiene buena pinta, entre otras cosas porque Occidente, cuna de la civilización y campeona de la libertad, vuelve a instalarse en el pragmatismo más despreciable.
No está de más recordar que Estados Unidos también se abstuvo de participar en la Convención de Ottawa contra las minas antipersonales y es el único país, junto a Somalia, que no ha suscrito el texto saliente de la Convención sobre los Derechos del Niño.
En España las cosas no andan mejor, aunque quizá después de esto podamos instar a las empresas patrias que fabrican bombas de racimo, Instalaza y Expal, a que cambien el color amarillo de las submuniciones para que los niños no las confundan con paquetes de ayuda humanitaria, como está ocurriendo en Afganistán.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de mayo de 2008