De repente, la comparación de Charles Tilly de la fundación de los Estados con las estructuras de chantaje adquiere una tremenda veracidad. ¿Qué hace Alessandra Mussolini, la nieta del Duce, neofascista ella misma, vociferando amenazas en nombre del Estado italiano? A Lucky Luciano le molestaba que lo asociasen con el negocio de los narcóticos, dedicándose como se dedicaba a la venta de apartamentos. Ellos dicen que hacen política en nombre del pueblo, pero el negocio de estos gachós y gachís chantajistas que vuelven a proliferar por Europa es la venta del peor de los narcóticos: el odio cortado con miedo. ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Por qué estos gachós apuntan a los gitanos? El odio cortado con miedo, o viceversa, tiene un efecto fosfórico. Se expande sin necesidad de explicaciones, avivado por el viento de una crisis económica originada por la especulación temeraria de colegas bancarios de los chantajistas. El fuego de Ponticelli, el de la quema de los campamentos gitanos, es nuestra noche de los cristales rotos. La rendición democrática se consumará si los gobernantes decentes se dejan chantajear y aceptan, por supuesto pragmatismo, las primeras "leyes especiales". El narcotráfico del miedo funciona cuando encuentra la complicidad del peor de los silencios, aquel que Elías Canetti definió como "el silencio de los que saben". ¿Por qué no hay una vigorosa reacción intelectual y cívica contra esta peste que debería avergonzar a Europa? Como siempre, han empezado por los más débiles. Por los "no estructurados". Es una costumbre muy típica de las estructuras el ir a la caza de los desestructurados. Si los gitanos fuesen una etnia "estructurada" ya se cuidarían los gachós de tocarles un pelo. Los chantajistas comenzarán a desestructurarse el día en que en todas las capitales europeas haya marchas por los derechos civiles de nuestros "invisibles". De lo contrario, estos estructurados acabarán desestructurando todo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de mayo de 2008