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COLUMNA

Cuestión de tapas

El Retiro está lleno de portadas, tapas de libros. El Palacio de Deportes está lleno de tapas de cocina. No es extraño que los volúmenes de gastronomía se vendan como churros en la Feria del Libro. Además, andan los cocineros tirándose las sartenes a la cabeza, lo cual da mucho morbo a una de las cuestiones fundamentales de la vida: comer y gozar con ello tres o cuatro veces al día. Palabras mayores. Porque de la panza sale la danza. Y porque primero hay que vivir, y luego filosofar. La cocina es la base de la vida interior. Ser cocinero es una de las pocas cosas serias que se puede ser en este mundo traidor. La guerra de las cazuelas nos pone la mosca detrás de la oreja. No serán capaces esos mezclasalsas de amargarnos la existencia y el apetito.

Madrid es la capital mundial del tapeo. Incluso hay personas (solteros, sobre todo, y gente de variopinta profesión) que se alimentan tapeando a mediodía y al atardecer. Craso error, porque las tapas sólo son aperitivo, no sucedáneo. Por eso hay tanta gente tarada y malnutrida merodeando por las tabernas. Pero las tapas están bajando ostentosamente en multitud de bares y cervecerías: frutos secos añejos, patatas fritas melancólicas, aceitunas en agua inquietante. Que se pongan las pilas, esos desventurados, porque no está el horno para bollos. La economía va mal; los ciudadanos empiezan a apretarse el cinturón; siempre pagan el pato las tabernas. Hay que ganarse a pulso a la clientela. La clave son las tapas.

Hay obras culinarias imprescindibles, además de la batalla de los fogones. Notas de cocina, de Leonardo da Vinci, uno de los escritos más divertidos que existen, plagado de genialidades, delirios y notas sociales de la época. Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, regaló el otro día a Ruiz-Gallardón Sobre la tristeza de Cristo, del gran Tomás Moro. Hágase usted con Utopía, del mismo autor, que no es un tratado de cocina, sino un manual para vivir bien (que empieza siempre en las cazuelas). Tomás Moro, hombre cabal, fue ejecutado en 1535 por alta traición. Gallardón aclara que no quiere acabar "como acabó él". Seguro que anda con la mosca detrás de la oreja.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 1 de junio de 2008