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COLUMNA

Crisis

El cambio climático de la presente legislatura respecto de la anterior resulta espectacular. Si aquélla estuvo presidida por la calma económica y la crispación política, con el encadenamiento continuo de sucesivos escándalos y conspiraciones que instalaron un régimen permanente de crisis crónica, ésta que acaba de iniciarse parece haber experimentado un giro copernicano tras invertirse el signo de la circulación atmosférica. Ahora en la política hay calma chicha mientras en la economía soplan vientos huracanados, presagiando la ominosa formación de una tormenta perfecta que amenaza con arrasarnos.

La calma política se explica por el fracaso de los promotores de la crispación, que ahora dirigen sus armas contra sí mismos para desviar sobre sus rivales internos el pago del precio de la derrota. De ahí que asistamos a un inesperado pacto implícito, tan táctico como tácito, entre Zapatero y Rajoy. Un pacto contra natura que se advierte tanto en la derechización del Gobierno, con nueva política hidráulica abierta a trasvases y endurecimiento del control de inmigrantes, como en el moderantismo de la oposición, que ha consentido sumarse a la unidad antiterrorista. Por supuesto, ambos giros estratégicos se deben a razones electorales, pues Zapatero necesita recuperar los 700.000 votos que se le fugaron hacia la derecha, si quiere alcanzar la mayoría absoluta que ya tiene al alcance de la mano, y Rajoy necesita disipar el voto del miedo de catalanes y vascos que determinó su derrota.

El Gobierno parece incapaz de capear el huracán económico que se nos viene encima

Pero envanecido por la pacificación de las aguas políticas, y adormecido por la debilidad de la oposición, el Gobierno parece incapaz de capear el huracán económico que se nos viene encima. A excepción de los beneficios bancarios y telefónicos, el resto de indicadores (paro, inflación, desplome inmobiliario, frenazo industrial, endeudamiento y caída del consumo familiar) anuncian que la economía real está cayendo en picado, sin que nadie se atreva a pronosticar cuándo dejará de caer ni hasta qué cota lo hará. Sin embargo, ni Solbes ni Zapatero se atreven a reconocer esta dinámica de crisis, como si quisieran engañarse a sí mismos ya que a los ciudadanos que pagan el precio mal podrían hacerlo. Su obsesión es que no cunda el pánico, y para ello se resisten a llamar a la crisis por su nombre, falseando la realidad con peregrinos eufemismos mientras continúan fingiendo un optimismo forzado. Pero así no hacen más que aumentar nuestra desconfianza, pues son ellos quienes parecen paralizados por el pánico al verse desbordados por unos acontecimientos que no logran controlar.

Hace falta que el Gobierno despierte de su ensueño y transmita al público la verdadera gravedad de la situación. Pues aunque la crisis no llegue finalmente a consumarse, el principio de precaución aconseja prepararse para la llegada de lo peor. Y a continuación, es también necesario que el Gobierno se dirija a la ciudadanía anunciando su firme disposición a encabezar la lucha para enfrentarse a la crisis en la medida de nuestras capacidades. Pues de no hacerlo así, correrá la misma suerte y demostrará la misma irresponsabilidad que el presidente Aznar ante el Prestige o el presidente Bush ante el Katrina.

Puede que ya sea demasiado tarde, pues a la hora de prevenir y contener los peores daños tampoco se puede hacer demasiado. Hay que improvisar políticas asistenciales destinadas a socorrer a los peores damnificados. Y para eso no basta con las medidas paliativas adoptadas, que no son más que paños calientes. Pues como acaba de señalar UGT en su crítica al Gobierno, es preciso evitar que los trabajadores "paguemos los platos rotos cuando son los empresarios los que han ganado grandes beneficios". Pero con reparar daños no basta, pues además hay que adoptar reformas estructurales que nos permitan adelantar la salida de la crisis. Por ejemplo, habría que atajar su peor causa, la demanda sin tasa de vivienda en propiedad, origen de la irracional burbuja inmobiliaria, con una decidida política de oferta de VPO en alquiler, y no el triste 40% que plantea la ministra del ramo.

Y sobre todo, el Gobierno debe infundir confianza dibujando un creíble escenario de futuro con viables objetivos a lograr. Pero para eso precisa una narrativa que comience por reconocer que estamos ante una crisis cíclica, prosiga advirtiendo de que lo peor todavía está por llegar, y concluya anunciando que finalmente veremos la luz al final del túnel. Otra cosa es acertar el plazo de ese ansiado final feliz. ¿Dos años, como en las crisis de 2002 y 1992? ¿O diez años, como en la crisis de 1974, que también cursó con choque energético, alza de materias primas y estanflación? Dependerá de lo que se haga hoy. No es fácil decidir cómo reaccionar mejor, pero algo habrá que hacer, pues la pasividad de esperar y ver no evitará el impacto del ciclón.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de junio de 2008