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Un día entero de atasco en la A-1

Fernando Martínez no le ha hecho caso a su mujer. "Vete para el final, tú de los últimos", le aconsejó ella la noche anterior. Oídos sordos. Su camión azul eléctrico está el primero, desde las diez de la mañana abriendo la fila de vehículos parados en la autovía de Burgos (A-1) en dirección a Madrid. Fernando lleva una semana sin trabajar. Pierde más de lo que gana. "Una ruina", asegura. Detrás, decenas de camiones parados en dos carriles, pitidos interminables, pancartas, hombres con chalecos amarillos que caminan por la carretera y un embudo de coches que pelean por colarse entre las dos vías que han dejado libres.

A la altura de Alcobendas se monta el gran atasco del día, tras las retenciones de más de 20 kilómetros de la mañana en la M-40. Han ocupado dos de los cuatro carriles de entrada y otros dos de salida. Amenazan con no moverse hasta que les dejen entrar en la M-30. Pero la policía y la Guardia Civil les impiden el paso. A pesar de que se le solicitaron los datos, la Delegación del Gobierno no quiso decir el número de agentes desplegados para hacer frente al conflicto.

Algunos conductores atrapados en un embudo en el que se pierde la vista saludan, otros sacan la mano con un dedo estirado -el corazón-. Un hombre subido en un Seat grita: "Pero, ¿qué culpa tengo yo?". Le mentan a la madre y a Zapatero, protagonista de la mayoría de las pancartas de queja. Uno de los agentes que vigila a los huelguistas aprovecha para poner una multa a una conductora atascada por hablar por el móvil.

Pasa un autobús lleno de mujeres. Bocinazos, silbidos. "¡Dad la vuelta, guapas!", gritan los camioneros. Un día entero de brazos cruzados da para mucho. A la hora de comer, caras de sorpresa entre los atascados. Los camioneros encargan 70 pizzas, todas de carne. Con cervezas y coca-colas. Se ponen las botas. Poco antes de las cinco, llegan buenas noticias. Pueden pasar a la M-30. Se suben a los camiones y pitan. Mucho. Minutos eternos. Pero no les abren el paso. Las contraórdenes llegan por el walkie. Ya no se puede entrar. Un chaparrón les hace refugiarse en los vehículos, parados de nuevo.

Y deciden que si no pasan ellos, no pasa nadie. Desde las siete de la tarde, tapan también el tercer carril de entrada a la M-30. Despejan la salida a Burgos y se ponen en fila hacia Madrid. Esta noche toca dormir en la carretera.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 10 de junio de 2008