El sábado se cerró en el Rosalía el ciclo Liederabend, con el previsto recital de melodies de Annick Massis. Aunque no fue la soprano parisina quien mejor lo había previsto. Cantar el programa tan pendiente de la partitura como lo hizo Massis afecta a la expresión necesaria en un recital de canto y es síntoma de preparación insuficiente. Los despistes en Green y Apparition, de Debussy, el último camuflado en un supuesto fallo de voz, fueron muestra clara. Massis suena más redonda en registro medio que en agudo y así se apreció en el agudo final de Notre Amour de Fauré, directamente áspero.
Ayer se cerraron las Matinés del festival con un programa heterogéno y de autoría francesa. Vortex Temporum, de Gérard Grisey, de la llamada música espectral, fue impecablemente interpretado por el conjunto de José Trigueros, principal de percusión de la OSG. La Sonata para Violín y Chelo, de Ravel, con versión de calidad a cargo de Eric Crambes y David Ethève, acogida con calidez por el público del Museo de Belas Artes de A Coruña.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 23 de junio de 2008