La convivencia peligra cuando alguien vive la ciudad como si se tratara de una isla de su propiedad. Y esto es lo que sucede con estos nuevos robinsones urbanos privados de sus palmeras. Una nueva categoría de pobladores que amenaza con poner patas arriba lo poco que nos quedaba de civilidad y los últimos vestigios de respeto. Personajes estrafalarios e insolidarios que han convertido nuestras calles en sus particulares "circuitos" de alta velocidad, nuestros portales en mingitorios improvisados, nuestras aceras en papeleras y nuestros bancos en reposapiés. Tipos que creen que pagar impuestos les da carta blanca para usar y abusar del espacio público a su antojo y conveniencia. Y de los que cada vez hay más. Se echa en falta un proyecto intensivo de pedagogía cívica, una campaña de concienciación capaz de extender con fuerza la idea de que todos somos copropietarios tributarios y afectivos del espacio que habitamos, así como responsables del impacto de nuestras acciones sobre los demás. Y todo esto, creérnoslo, interiorizarlo y actuar en consecuencia.
Mientras tanto, seguiremos condenados a sufrir las impertinencias de legiones de incívicos -nacionales y de importación- que creen que escupir en la calle es un sano deporte para desarrollar la capacidad pulmonar. Y los ensordecedores coches-discoteca, el invento del siglo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 25 de junio de 2008