Un par de interesantes informaciones facilitadas por este periódico me partieron definitivamente el corazón. Hay días así, en que una sale de la ducha, se enchufa al noticiario digital y le desciende la presión sanguínea.
Una de las noticias consistía en la entrevista realizada en la sección de Economía al libio Abdalla Salem El-Badri, secretario general de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), quien se quejaba amargamente de que se le esté echando la culpa a los dichos Estados del incremento de los precios, con los que juegan como quieren a fuerza de controlar la salida cotidiana de los barriles. No es cierto que se estén forrando, créanme. El hombre -qué duro trabajo el suyo, en un puesto tan mal remunerado y todo el día reunido- afirmaba que la culpa del subidón la tienen los especuladores que, desmadradamente, han abandonado el ladrillo por el barril, y asimismo aseguraba, ya puesto, que con los beneficios del más que oro negro, los países productores -pienso, sobre todo, en los filántropos del Golfo- compraban cositas para ellos, con lo cual los dineros regresaban a los países exportadores. La verdad es que se gastan una pasta en alcohol para cicatrizar los muñones de aquellos a quienes cortan las manos por delinquir, otra en telas para cubrir a sus mujeres, y no les digo nada de lo que invierten en mantener, en los países árabes desprovistos de petróleo, a gobiernos que les sean favorables. Por no hablar de las subvenciones a jihadistas.
La otra noticia también me destrozó. Resulta que los pobres constructores inmobiliarios a quienes el derrumbe de las hipotecas basura les ha sorprendido -y que no han sido lo bastante astutos para ponerse a especular con el petróleo, supongo-, van a quedarse sin los yates que este año tenían previsto adquirir.
Cosas como éstas sí que desmoralizan.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de julio de 2008