Junto a su fama de intelectual reposado y de defensor a ultranza del viejo ritual preconciliar, y frente a las acusaciones que lo suelen tachar de hombre frío y poco dado a emocionarse y perder la compostura, Benedicto XVI deja hoy Australia convertido en un Papa estrella, mediático y, a ratos, dentro de su germanismo nada disimulado, casi campechano.
Ratzinger disfrutó ayer como un niño con el espectáculo de bailes y cantos y el fervor de los jóvenes que asistieron en el hipódromo de Randwick a la misa que cerró la 23ª Jornada de la Juventud. Varias veces, ante las aclamaciones de "Benedicto, Benedicto" que subían desde la explanada -donde había, según el Vaticano, unos 250.000 jóvenes-, el Papa se levantó del asiento, saludó con los brazos abiertos, sonrió e hizo guiños y gestos de complicidad a los jóvenes. "El viaje a Australia ha sido una experiencia inolvidable", proclamó durante su último discurso en su inglés de cerrado acento alemán. Y añadió que los eventos del Día de la Juventud "han proporcionado una experiencia maravillosa y espiritual".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 21 de julio de 2008