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Crítica:cine

Los últimos mohicanos

"Soy el único vendedor de árboles de la zona y tú mi único comprador. El primero que se rinda, provocará también la caída del otro". La estepa de Mongolia se somete cada día ante el avance del desierto, ante la fuerza de la naturaleza, pero aún hay mentes y cuerpos tenaces. La resistencia contra los nuevos tiempos que hacen claudicar antiguas formas de vida es uno de los grandes temas del cine oriental contemporáneo y Sueños del desierto, tercera película del director chino de ascendencia coreana Zhang Lu, hasta ahora inédito en España, su última representación, compuesta a base de silencios, planos fijos y (contados) movimientos de cámara deliberadamente toscos.

Historia sólo apta para espectadores pacientes, esforzados, degustadores de ambientes, sonidos, colores y muy pocas palabras, Sueños del desierto puede convertirse en una experiencia antropológica e hipnótica para el que logre transportarse a esa paupérrima estancia en medio del desierto donde habitan los protagonistas. Allí, como el Cable Hogue de la balada creada por Sam Peckinpah, el antihéroe empeñado en ponerle puertas al mar ve cómo su oasis es centro de paso para los personajes más dispares, entre ellos el propio espectador, que asiste atónito al dibujo de un tiempo que no se sabe si viene o si va.

SUEÑOS DEL DESIERTO

Dirección: Zhang Lu.

Intérpretes: Osor Bat-Ulzii, Suh Jung. Género: drama. Mongolia, Corea, Francia, 2007.

Duración: 123 minutos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 25 de julio de 2008