Aunque haya caído su principal comando, ETA sigue teniendo facilidades para seguir al menos con sus causas de "segundo orden", como lo demuestra con la bomba colocada en Orio a dos empresas participantes en las obras de la Y vasca. ¿De "segundo orden"? He dudado de ello tan pronto como lo he escrito. Al fin y al cabo, todos sus atentados -sean dirigidos a unos sectores u a otros- pueden contemplarse también como sangrientas postales de un mismo futuro. ¿De qué futuro? Del hipotético futuro de una Euskal Herria "independiente y socialista" (¿?), tal como sería bendecida por la autodenominada izquierda abertzale. A falta de un proyecto más detallado, lo que tenemos son las postales: un paisito sin verdadera oposición política, lo más homogéneo posible, en la que supuestamente la 'voz del pueblo' se oiría con asiduidad, aunque sonara siempre extrañamente igual a la de sus gobernantes...
¿Por qué querría ir de Donosti a Madrid en dos horas y cuarto si ahora puede ir en cinco y media?
La ferocidad de la campaña contra el Tren de Alta Velocidad, que aporta a esa izquierda abertzale en horas bajas y clara desorientación un agarradero seguro de barniz ecologista, nos ofrece también postales bucólicas y elocuentes. Leo en la surtida página de la Asamblea contra el TAV las razones de su rechazo frontal (lo que no veo, desde luego, es ningún reproche a ETA por su impagable "ayuda" a la causa). Leo que dicho tren forma parte de un plan de infraestructuras que, con sus pretensiones de progreso, va a contribuir a la creciente expansión de las desigualdades. Lo peor, además de sus graves impactos ecológicos, es que pone en peligro la supervivencia del medio agrario-rural, pues contempla únicamente la conexión rápida entre las capitales. De modo que "el TAV acerca lo lejano y aleja lo cercano" y tiende a concentrar la población en grandes y lejanas ciudades. Más aún, se trata de un ejemplo emblemático de todo un estilo de vida e ideología de la modernidad basado en la prisa, la competitividad, la insolidaridad y el individualismo feroz. En resumen, leo a otro abertzale: el TAV es un proyecto para destruir nuestro pueblo, nuestra tierra y nuestra forma de vivir.
Ya tenemos, pues, otra postal: los valles de la Euskal Herria soñada no estarán horadados por siniestros túneles transitados por los topos de la urbe extraña y extranjera. Cuesta no acordarse de Astérix: toda Europa está atravesada por una red de veloces trenes que acercan sus principales ciudades. ¿Toda? ¡No! Una pequeña aldea se resiste a la invasión. Y es que, ¿por qué querría la gente ir rápido en tren si puede ir despacio? ¿Por qué querría ir, por ejemplo, de Vitoria a Bilbao en 28 minutos, si ahora puede ir en autobús en una hora? ¿Por qué querría ir de Donosti a Madrid en dos horas y cuarto, si ahora puede ir en cinco y media?
La contraposición Campo-Tradición-Pureza moral / Ciudad-Modernidad-Corrupción ya estaba claramente formulada en los clásicos griegos y latinos, y es evidente que goza de una gran capacidad de pervivencia. La prístina identidad vasca que se quiere conservar (re-creándola, por supuesto) se siente amenazada con tanta tentación de comunicación, con tanta facilidad para entrar y salir del pueblo (entiéndase "pueblo" en su doble sentido). Las ciudades corrompen, porque allí lo que prima es la mezcla, lo heterogéneo, lo plural, lo dinámico, lo novedoso. Y es que, para guardar las esencias, nada mejor que el aislamiento... ¡Vaya postal!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 30 de julio de 2008