¿Quién puede extrañarse de que a estas alturas las guías turísticas sobre España abunden en el tópico? Nuestra clase política, esa que va del Congreso al sillón de alcalde de la localidad más humilde, ayuda. Hace unos días, Peces Barba publicaba un artículo magnífico sobre la necesidad que tiene la democracia española de marcarle los límites a la intrusiva Iglesia católica. El mismo acto de leerlo te hacía partícipe de un debate que no puede eludirse en un país que no necesita del papel de una Iglesia como vertebradora de que no se sabe qué esencias. El artículo, escrito por ese socialista sensato y sabio, nos confirmaba en la idea de que la vida pública no puede prescindir de mentes como la suya.
Las imágenes religiosas vuelven a los ayuntamientos, y ¿quién se opone si es un deseo popular?
Pero como no hay dos, sino cien Españas, como no hay un partido socialista sino uno por cada ínfima peculiaridad territorial, esta misma semana el Ayuntamiento de Rota nombraba al Cristo Nazareno, con los votos socialistas, Señor de la Villa, que viene a ser como una especie de alcaldía celestial, la misma que se le concedió hace unos meses a María Auxiliadora en Morón de la Frontera. Las imágenes religiosas vuelven a los ayuntamientos, y quién se opone, si su presencia responde a un deseo popular; quién es el valiente que le niega a un Cristo o a una Virgen un papel político (aún honorífico), si se le puede acusar de antipatriota. Consolémonos pensando que la improvisación ideológica forma parte de nuestra esencia. Ahí tienen a un PP defendiendo el Estatuto que llevó al Constitucional, sí, sí, el mismo partido que abomina del nacionalismo y luego abronca a Chaves por no interrumpir sus vacaciones para honrar la memoria de Blas Infante, el padre de la patria andaluza. Etcétera. El único remedio es vivir este disparate ejerciendo de turista. Les aseguro que leído en una guía hasta resulta cachondo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 18 de agosto de 2008