Pervez Musharraf, presidente de Pakistán, ha anunciado su renuncia del cargo, con lo que uno de los principales aliados de Estados Unidos en la lucha contra el terror volverá a regirse por un sistema democrático. Seguramente será denostado por la opinión pública internacional, pero debemos ser objetivos y juzgar con imparcialidad a este líder.
Musharraf ha vivido uno de los mayores desafíos históricos de Pakistán, ayudar a Estados Unidos en su lucha contra el terror y a la vez intentar controlar a los elementos más integristas del país, vinculados con el servicio secreto paquistaní, el ISI, que está infestado por el islamismo radical. Esta política a punto estuvo de costarle la vida al general paquistaní, pero él permaneció firme, intentó controlar a su población y a la disidencia política, que pedía cambios democráticos, pero sin aplicar una fuerza represiva excesiva.
Es comúnmente sabido que la defensa de la tiranía no es una buena carta de presentación, pero personalmente creo que este hombre ha hecho más bien que mal para su país, con ello no quiero justificar su forma de gobierno, pero tampoco hay que obviar sus logros, y lo que es más loable, la forma en que se ha retirado, dejando paso a una democracia de nuevo, la cual mucho temo caiga en la cleptocracia y en un exceso de burocracia que a la larga no haga más que fortalecer a los islamistas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 19 de agosto de 2008