No porque arrastre una larga tradición a sus espaldas, la identificación del humor con la ofensa deja de ser un prejuicio infundado. Pero un prejuicio que, pese a lo infundado, ha logrado convertir ciertos asuntos en algo próximo al tabú: no es que no se pueda hablar de ellos, sino que no se puede hablar de determinada manera y, en particular, de la manera o las maneras que inspira el humor.
Durante los últimos años han sido numerosos los asuntos que, vedados hasta hace poco para cualquier tratamiento que no fuera circunspecto, incluso solemne, el humor ha ido conquistando, ganando para su causa. Y, dentro de estos asuntos, tal vez ocupe un lugar destacado el Holocausto. Después de testimonios estremecedores como los de Primo Levi o Robert Antelme, entre otros muchos, directores de cine como Roberto Begnini o Radu Mihaileanu han rodado historias que recurrían a la perspectiva del humor para describir la deportación y los campos, sin por ello ofender el recuerdo de las víctimas ni a los supervivientes.
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Pero el Holocausto está lejos de ser el único caso. También la guerra de Vietnam ha sido abordada desde el humor en series televisivas norteamericanas. Y, en España, La vaquilla relató la Guerra Civil de manera que su crueldad no quedaba oscurecida, sino subrayada por el humor. En realidad, continúan la mirada de Lubitsch en Ser o no ser y de Chaplin en El gran dictador.
Ahora podría haberle llegado el turno en Estados Unidos al problema palestino. No existe ninguna razón para considerar inapropiada la perspectiva del humor. Todo depende, como en el caso del Holocausto, la Guerra Civil o la de Vietnam, de la habilidad de los directores para desmentir el infundado prejuicio que lleva a confundir el humor con la ofensa. Es más, podría suceder que fuera a través del humor, a través de la mirada en contrapunto que suele exigir el humor, como la sociedad norteamericana llegara a tener de los palestinos una visión diferente de la que hoy es dominante.
Y es que el humor siempre ha tenido dificultades para ponerse al servicio de ninguna causa, tal vez porque el humor es en sí mismo una causa. Una causa que, por la libertad con la que dice y contradice, permite comprender la complejidad del mundo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de agosto de 2008