Al margen de datos objetivos sobre la crisis económica, hay frente a ella dos actitudes opuestas que modifican radicalmente la percepción.
La única ventaja que tenemos los que estamos en crisis prácticamente desde que nacimos es que, bien o mal, nos hemos acostumbrado a ello. Por el contrario, a los que no quieren (ni sabrían) renunciar a la menor cosa, cualquier restricción en sus deseos les parece una catástrofe. De ahí tanto clamor y lloriqueo inconsecuente en cuanto las vacas enflaquecen un poco.
A los primeros nunca deja de asombrarnos la visión de las carreteras abarrotadas de coches; la de los aeropuertos siempre llenos; los restaurantes también llenos (incluidos los de 200 euros por barba, con reservas para meses); las increíbles colas para comprar entradas a conciertos; y no hablemos de las fiestas, festivales y saraos de toda laya (Fallas, sanfermines, sanjuanes y otros que se sacan de la manga cada momento), en donde casi literalmente se tira o se quema dinero a mansalva sin que al parecer nadie se escandalice. Hace ya muchos años nos invadió una pandemia de nuevo-riquitis aguda que difícilmente podrá erradicarse.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de agosto de 2008