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Crítica:arte

Carencias del público

La oreja concedida a Eduardo Gallo en su primer toro, tercero de la tarde, puso en evidencia que eso de Bilbao como plaza de primer orden es una patraña. La faena a ese toro carecía de valor torero. El diestro daba pases sin sentido, se comportó como un danzarín, sin mando alguno, y eso que fue el toro que invistió siquiera decentemente. Lo que nos ofrecía eran muletazos sin dominio. En algunos de esos muletazos, entre toro y torero, cabía un BMW de segunda mano. Mató de una estocada desprendida. Mal, muy mal ese público compulsivamente aplaudidor de todo. Aplaude todo lo que se mueve. Un público que no distingue entre ventaja y desventaja no merece crédito alguno. Claro que, como se sabe, la ignorancia siempre está dispuesta a admirarse. Lo prueba el que desde la Junta Administrativa proclame a los cuatro vientos que la plaza de Bilbao es la mejor del mundo. De ahí que sea sumamente peligroso la ignorancia activa.

Torrealta / El Cid, Manzanares, Gallo.

Toros de Torrealta: sin clase, el segundo era de Pérez Tabernero.

El Cid: ovación y silencio.

Manzanares: aplausos y ovación.

Eduardo Gallo: oreja y silencio.

Plaza de Toros de Vista Alegre. Bilbao, 22 de agosto. Séptima de feria. Tres cuartos de entrada.

Los toros de Torrealta, salvo el tercero, una mediocridad. La actuación de El Cid, pese a la falta de material, se califica por sí sola como nefasta. Se mostró apático en sus toros, en especial en su segundo. Se le vio poco dispuesto. Por el contrario, José María Manzanares, que pechó con el peor lote, anduvo con mejor disposición. Eduardo Gallo, que cerraba corrida, exhibió unas carencias artísticas notables. Su faena, fría como la sopa de un asilo, derivó en premiosidad plúmbea.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de agosto de 2008