Son tan repetidas las situaciones de desprecio a los creadores en el teatro madrileño, por ejemplo, que hacen insostenibles cualesquiera aportaciones renovadoras a la cultura del noble, variado y dinámico arte de la interpretación escénica. Todos perdemos -lo creamos o no- con esta malversación cultural inducida impunemente por nuestras eminentísimas autoridades, como si a nada ni a nadie afectase ni lo advirtiese.
En realidad, el poder llamado cultural -manu militari soterrada- líquida, ignora, invade, coloniza y fagocita todo lo que no tenga etiqueta de oficial o rebase los bordes programados a mayor gloria de una suficiente cuantía de votos para permanecer. Si la verdadera cultura, el arte, la creación, se aventuran al riesgo a pesar de los límites y a la búsqueda sin tapujos de la libertad, nunca irán de la mano -aunque lo pretendan- de los ministerios, consejerías o concejalías por muy culturales y de las Artes que se apelliden. Éstos sustraen a todos la continuidad artística de actores, directores, autores, dramaturgos, como, por ejemplo, los de la Sala Ítaca de Madrid, grandes creadores y renovadores de la escena española actual que ya cerraron antes del verano asfixiados en deudas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de agosto de 2008