Tengo una sensación que no puedo racionalizar de que los estadounidenses van a preferir asumir el riesgo de designar presidente a Obama, cuya atipicidad como candidato es innegable, a seguir caminando por caminos trillados, costosos, tortuosos y que no llevan a donde se quiere ir.
McCain lo va a intentar, pero está en marcha un vendaval político que se lo va a llevar por delante. Obama representa, le pese a quien le pese, innovación, frescura, empuje e ilusión. Y mucho más. No hay nada más imparable que la encarnación de una propuesta que no se puede seguir ignorando: la ruptura con un estado de cosas en el que han prevalecido los temores, los prejuicios y la mala conciencia. Así, creo que el electorado de los Estados Unidos está ya en disposición de apostar por la superación del trauma ocasionado por el terrorismo a domicilio; de dejar de lado los apriorismos, a los que es tan adicto, nombrando emperador a un negro, la mayor pulverización histórica de un prejuicio en Estados Unidos; y de exportar una imagen de su nación menos antipática y rechazable que la transmitida en los últimos ocho años, de la que es bastante consciente.
Decía Bill Clinton en su discurso de la Convención de Denver que Obama estaba en el lado correcto de la historia. Creo que se trata de algo más, Obama está en condiciones de impulsar a la historia hacia el lado correcto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de septiembre de 2008