El breve artículo de Juan Miguel Muñoz acerca de Abderrahim Jackson (EL PAÍS, 10 de septiembre de 2008, página 36) -el bailarín profesional que tuvo que bailar en el aeropuerto de Tel Aviv para demostrar que, efectivamente, era bailarín-, podría ser mal interpretado y tachado de antisemita, por el mero hecho de omitir mi caso personal. Hace algunos años, el Instituto Cervantes de Tel Aviv me invitó a dar una conferencia sobre Elias Canetti. Diálogo en Barajas entre mi mujer y un oficial israelí: "¿Thibon? Será usted judía sefardí...". "No, no lo soy". "Ah... Entonces usted es ashkenazi, ¿verdad?". "Tampoco lo soy". Mirada perpleja del oficial y: "Bueno, pero algo será, ¿no?". El tipo no concebía que mi mujer fuera atea de familia católica.
Luego, al regreso, diálogo en el aeropuerto de Tel Aviv entre el oficial israelí conmigo: "¿A qué vino a Israel?". "A dar una conferencia sobre Canetti". "¿Lo puede demostrar?". Le muestro la carta de invitación. "¿Y dio su conferencia?". "Sí, en Tel Aviv y en Jerusalén". "¿Lo puede demostrar?". "Si quiere le doy la conferencia aquí mismo". Saco unos papeles y me pongo a leer en voz alta. "Está bien, pase".
Si Abderrahim sugiere que ahora ha de bailar en los aeropuertos, y Muñoz lo achaca a su nombre de pila árabe, ¿qué decir de mi caso? ¿Deberé ir dando conferencias en los aeropuertos, pese a llamarme, demostrablemente, Mario Israel Muchnik y ser, demostrablemente, de familia judía.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 12 de septiembre de 2008