Acaba la Expo de Zaragoza y, como siempre, existen muchos puntos de vista, pero me atrevo a afirmar que este balance es mucho más dulce que agrio. Sin apenas publicidad, la Expo ha cerrado con más de 5,6 millones de visitas, lo que supone un 87% de los 6,5 millones previstos.
La nota media que han dado los visitantes de la Expo ha sido de un 7,8, y por si esto fuera poco, el propio BIE (Bureau International des Expositions) ha felicitado a Zaragoza por esta Expo y por su "éxito incontestable".
Contra la clásica visión de la Expo como parque temático, Zaragoza ha incorporado por primera vez y como elemento principal el debate científico. Durante tres meses, la Tribuna de Agua ha reunido a los mayores expertos mundiales en agua, quedando recogidas sus conclusiones en la Carta de Zaragoza.
Ésta es la herencia más importante que deja la Expo, un documento de recomendaciones que incluye la necesidad de crear una única Agencia Mundial del Agua, dependiente de la ONU.
Pero si objetivamente ese titular es más que discutible, sentimentalmente Zaragoza ha despedido la Expo guardando un sabor muy dulce. Esta Expo ha logrado que la ciudad sea optimista, gane confianza en sí misma, y que por una vez hayamos derrotado a ese pesimismo innato a todo aragonés.
Este cambio se lo debemos a esta Expo, y sólo por eso ya ha sido un éxito.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de septiembre de 2008