La Iglesia, como si de una operadora de telefonía móvil se tratara, pone todas las trabas del mundo para darse de baja. Yo fui bautizado y según el Supremo soy católico quiera o no quiera. Soy agnóstico pero me resigno. Y en las estadísticas que manejan los ecónomos para cobrar sus subvenciones figuraré como católico, apostólico y romano.
Pero mis hijos, al igual que gran parte de su generación, no pasarán por el aro. Entonces, la Iglesia no podrá manipular su número de fieles y, como si de una operadora de telefonía móvil se tratara, no le quedará más remedio que subir sus tarifas para subsistir.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de octubre de 2008