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Crítica:TEATRO

Una curiosidad

Un tipo curioso, este J. M. Barrie, el de la impagable y devastadora Peter Pan, pero también amigo más o menos victoriano de Conan Doyle y Robert Louis Stevenson, autor de novelas y obras de teatro que incluían una temprana parodia del mejor Henrik Ibsen. Parece que era un tanto apocado, pequeñito y de sexualidad un tanto indefinida, lo que tampoco es decir mucho y, además, no importa. En esta obra, prácticamente desconocida en los escenarios, que rescatan Juanjo Arteche y Angel Montesinos, es fiel, digamos, a unas constantes adultas que nunca abandonó del todo. Estamos en los últimos coletazos de la Gran Guerra y un grupo de mujeres se reúne para ayudar en lo que pueden a los ausentes. Entre ellas, la señora Sullivan (una estupenda María Fernanda d'Ocón), que lidera a su manera ese grupo que oscila entre la ayuda y la autoayuda, hasta que su hijo Kennet, con su faldita escocesa, que estaba en el frente, regresa a Londres y se dispara una trama de mucha densidad sensible que el espectador habrá de descubrir paso a paso.

MI HIJO Y YO

De James Mathew Barrie, en versión de Juanjo Arteche y Angel F. Montesinos. Intérpretes, María Fernanda D'Ocón, Lola Muñoz, Esperanza Alonso, Teresa Cortés, Vicente Camacho, Emiliano Redondo. Vestuario, Javier Artiñano. Iluminación, Juan Gómez Cornejo. Espacio escénico, Wolfgang Burmann. Dirección, Ángel Fernández Montesinos. Teatro Principal. Valencia.

En ese giro reside la sustancia de una obra, y de una puesta en escena, que ha ido preparando lo anterior a la espera de ese momento álgido, al que le suceden otros de más enjundia dramática, y el resultado es una apuesta un tanto ambigua, atrapada en los buenos sentimientos, destinada a un público amplio, en la que, un tanto a la manera del primer Juanjo Millás, se descubre que la soledad era eso. Teatro de repertorio (un tanto intermitente en esta sala) que rescata una faceta casi olvidada de J. M. Barrie y que poco añadirá a su gloria, aunque sí, y mucho, a la habilidad de la D'Ocón sobre el escenario de W. Burmann y la espléndida iluminación de Juan Gómez Cornejo. Y, a todo esto, se ve que Teatres opta esta temporada por la programación en corto, cuatro o cinco días por espectáculo, de miércoles a domingo. No se sabe si por racanería estética o si por prudencia presupuestaria. Pero así ninguna programación se consolida. Creo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 13 de octubre de 2008