Una vez le acompañé a Barcelona, a una feria, y se encontró con un tipo al que conocía de su viejo trabajo en Iberia, ya abandonado entonces. "Oye, tú", le dijo, con esa cara de Buster Keaton que se pone por la mañana, "¿sigues siendo bígamo?".
Fue tan natural la pregunta, tan espectacularmente tranquila, que el hombre le devolvió el mismo rostro de Keaton y le dijo: "A veces".
Luego se sentó en su puesto en el aeroplano y se puso a leer a Freud. Como Vicent Todolí, el director de la Tate, Juan José Millás siempre anda con un libro en las manos, para subrayar, y con un proyecto. Su verdadera vocación no es ninguna de las que declara en las entrevistas, me parece a mí; su verdadera vocación es la de leer libros para subrayarlos. Para subrayarlos y para darles la vuelta.
Les da la vuelta como le da la vuelta a la realidad contemporánea; ahora es evidente que las bromas que le hizo a la realidad se convierten en la realidad misma. Él no hubiera imaginado nunca que aquel Aznar que retrató un día para este periódico (y para el cabreo cósmico de Aznar) terminaría siendo como él mismo lo vio, arrogante y tímido, combinación que convierte en peligrosos a los seres humanos.
La otra vocación de Millás es la de proyectista. No la de proyeccionista: la de proyectista. Si le encuentras al final de una estación, por ejemplo, en verano, y le preguntas cómo anda, te dirá:
-Estoy con un proyecto.
Siempre va con un proyecto. Ahora ya no los llama novelas, o artículos, o reportajes, o series, los llama proyectos. Ahí nació Proyecto sombra, para este periódico; y por esa vía del Proyecto sombra llegó la novela con la que ahora acaba de ganar el Nacional de Narrativa, y antes el Planeta.
Un proyecto. Un día, hace veinte años, fue a ver a un amigo; le dijo: "Quiero ser sólo un escritor, tengo ese proyecto". Persiguió con tal ahínco su voluntad de dedicarse casi tan sólo a la literatura, que tuvo en el camino una especie de desvanecimiento: como si delante tuviera un enorme vacío, es decir, en su lenguaje, una incertidumbre. Pero se levantó del estremecimiento ante el abismo con un proyecto.
Hoy lo podría decir: le salvó el proyecto. Como columnista, que ya ha hecho varias veces la reválida, ha tenido una suerte inmensa. Él se hizo para leer a Kafka, y se encontró con que España se parece a Kafka, y cuando la retrata es que la clava. Su proyecto ha sido retratar a España, y España ya se parece más a lo que Millás dibuja que a lo que el espejo proyecta. -
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de octubre de 2008