Dormía monsieur Platini plácidamente cuando, de pronto, le despertaron unos ruidos procedentes del garaje de su casa. Temblando, se acercó sigilosamente y vio a unos vándalos que se divertían destrozándolo todo. Cogió el teléfono y llamó a la policía que, con puntualidad francesa, apareció a los pocos minutos. Los bárbaros no se rindieron fácilmente y se produjo una batalla campal.
Monsieur Platini observaba la escena compungido. Finalmente fueron detenidos. Pasados unos días monsieur Platini recibió una notificación judicial: el cabecilla de los maleantes le había denunciado por la actuación policial que consideraba desproporcionada y el juez le conminaba a que abandonara su casa inmediatamente hasta que se aclararan los hechos. Sobresaltado, sudoroso, monsieur Platini dio un brinco en la cama y despertó.
¡Había sido un sueño! ¡Sólo un sueño! Respiró profundamente, bebió un vaso de agua que tenía sobre su mesilla de noche y vio que en contestador tenía una llamada perdida: ¿qué querrá a estas horas el presidente del Olympique de Marsella.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 21 de octubre de 2008