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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO

Me equivoqué

Jugué la segunda mitad de la temporada 2002-2003 con el DKV Joventut. Fue una parada placentera en la montaña rusa que ha sido mi carrera. El equipo era profesional de una manera abrumadora, llegando incluso a llenarme la nevera del apartamento antes de que llegara. Por supuesto, mi único trabajo previo en Europa (en Grecia) había puesto el estándar bastante bajo; aquel equipo eligió no pagar la mitad del salario que tenía por contrato.

Mientras se descontaban mis cuatro meses en Badalona, comencé a fijarme en un chico delgado de 16 años que se entrenaba con nosotros y que rutinariamente anotaba lo que parecían ser cientos de puntos en partidos juveniles. Me impresionó el joven Fernández, aunque me olvidé de él más o menos en el momento en el que el pecho de Zan Tabak se metió en el camino de mi cuello y reventó el nervio plexo braquial de la parte derecha de mi cuerpo. Evitaré los detalles al lector. Basta con decir que estaba más preocupado en recuperar la habilidad de levantar mi mano sobre mi cabeza que de si Rudy jugaría en la NBA algún día.

Durante los siguientes años supe que Fernández estaba siendo considerado como una posible elección en el draft. Cuando me plantearon el tema, no me comprometí: "Tiene talento y puede tirar, pero la mayoría de los partidos que le vi jugar eran contra niños cuyos saltos en vertical se medían con hojas de papel". En cualquier caso, estaba asombrado. No podía imaginarme a Rudy en la NBA. El chico que recordaba estaba tan delgado que parecía que pudiera romperse en dos en cualquier momento. La idea de verle volando y golpeado por hombres que pesaban el doble que él me hacía temblar.

Estaba equivocado. Muy, muy equivocado. He visto a Rudy en dos partidos recientes. Es sobradamente bueno. Sus instintos baloncestísticos y su capacidad física son más que suficientes. De hecho, es tan bueno que me ha hecho considerar el dejar de hablar sobre las posibilidades de los jugadores en la NBA (malas noticias, Mirza Teletovic, del Tau: recientemente le hablé a un amigo que es asistente de director general de lo bueno que eres).

Seguiré animando a Rudy. No digo que tenga una amistad especial con él. Probablemente hayamos hablado diez parrafadas en nuestras vidas, pero verle en la pista me recuerda que mi larga y cambiante carrera ha merecido la pena. Incluso aunque tenga que reconocer que soy terrible identificando talentos. Ya tengo muchas opciones post-baloncesto y estoy intentando reducirlas. Sólo que la semana pasada, maté una planta. Buenas noticias: la horticultura queda fuera como profesión. Igual que ser director general en la NBA. Ahora, si me disculpan, voy a operar al gato de un amigo, sólo para poder descartar también el ser veterinario.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 14 de noviembre de 2008