Los líderes del Congreso de EE UU han dado un esperanzado paso al deliberar sobre si ayudar o no a los fabricantes de coches de Detroit con dinero público. No se dejaron intimidar y someter por las profecías apocalípticas de los tres grandes fabricantes en las comparecencias y en anuncios periodísticos publicados esta semana. Y tampoco han colgado sin más a Detroit para que se seque.
Por el contrario, ofrecen a los fabricantes de coches una segunda oportunidad para presentar sus alegaciones: si Chrysler, Ford y General Motors quieren tener posibilidades de conseguir una inyección urgente de efectivo del Gobierno federal, deben primero presentar, a comienzos de diciembre, un plan detallado en el que se esboce cuánto dinero necesitan y por qué, y cómo pretenden recuperar la rentabilidad.
Los jefes de Detroit no deberían sorprenderse. En ocasiones se mostraron excesivamente discretos en sus respuestas a las preguntas que los comités de la Cámara de Representantes y el Senado les plantearon esta semana. El jefe de Ford, Alan Mulally, se negaba a calcular cuánto efectivo podría quemar su empresa a lo largo del año próximo. Y aunque todos afirmaban que los 20.000 millones de euros que pedían eran sólo un préstamo puente para superar la peor parte de la crisis crediticia, ninguno prometió no volver gorra en mano a pedir más.
Peor aún; desde la perspectiva de las relaciones públicas, es asombroso el despliegue de extravagancia: los tres jefes se presentaron para las vistas en caros reactores de empresa, a pesar de sus alegaciones de pobreza.
Cierto que un grupo de senadores de ambos partidos propuso que se votara un plan para conceder a los fabricantes de coches mayor discrecionalidad a la hora de utilizar los 20.000 millones de euros en préstamos federales ya aprobados para financiar el desarrollo de vehículos más ecológicos. Pero también eso está condicionado a que los fabricantes de Detroit demuestren que lo hacen bien.
Algunos congresistas expresaban comprensión ante el argumento de que la solicitud de quiebra por parte de los fabricantes de coches degeneraría pronto en una liquidación, lo cual perjudicaría a la economía en general. Pero eso no bastaba para convencerlos de que había que aflojar el bolsillo. La táctica de choque empleada por Detroit sí le sirvió, al menos, para llamar la atención. Pero, por el momento, el Congreso parece decidido a vincular el posible rescate a una importante reestructuración de las empresas de los fabricantes. Es una buena señal. -
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de noviembre de 2008