Este hombre del que ahora, en sus horas aún peores, se ha enamorado la pasión catódica (que diría el maestro Juan Cueto) se está tomando un pisco sauer sin pisco en el brindis que le ofrece el presidente de Perú; éste sí lo toma con alcohol, y está alegre. Antes (y esto lo revela la televisión: está ahí para eso, para que el ojo cotillee), el peruano, Alan García, orondo, bien peinado, no ha sabido decirle ni una palabra a este hombre con el que ahora brinda, y que es (aún) el hombre más poderoso de la Tierra, y ahora Bush sin tierra, que escribiría el premiado Juan Goytisolo.
Hay algo de decrépito, de rabiosamente nostálgico, en la actitud del que se despide. En realidad es como si de pronto se cayera sobre su cuerpo, y en especial sobre los hombros antes firmes de su chaqueta, un kilo de polvo antiguo, definitivo; el polvo que se merece un tiempo que ha terminado como el rosario de la aurora. Así de polvoriento parece Bush ahora, un paisaje de Faulkner que poco a poco ve sus luces apagadas.
Un día estaba este cronista en Montevideo, donde Onetti inventó Juntacadáveres, y entró en un bar polvoriento que estaba abierto de par en par, como si esperara la nada, y el hombre desde adentro lanzó un grito: "¡Que estamos cerrados hace años!". Ése es el aspecto que tiene Bush ahora en la despedida: que se ha estado despidiendo desde hace años, y que ahora es cuando se da cuenta de que el ensayo es definitivo.
Ese brindis que reitera la tele mucho más que la imagen que retrata al pronto ex presidente norteamericano con su poncho marrón claro, refleja el mismo gesto ausente y absorto que tanto juego le dio a Michael Moore para aquel recuento de lo que quien ahora se despide, hizo a partir del 11 de septiembre.
Decía John Berger (lo cita David Rieff en el escalofriante libro sobre la muerte de su madre, Susan Sontag) que lo opuesto al amor no es el odio sino "la separación". De pronto Bush ha notado que tiene que "separarse"; su broma limeña sobre que ahora queda en "retiro forzoso" es mucho más profunda que una broma, es una caricatura. Y para hacerla él ha puesto la misma cara extrañada que hay en aquella famosa secuencia escolar que protagoniza sin querer en la película de Michael Moore.
Los demás mandatarios reunidos en Lima ahora le han reído la gracia, pero ante la Casa Blanca tiene Bush estos días los andamios de la futura fiesta de entronización de Obama; y esa fiesta acabará de poner el polvo de su pasado sobre la copa fría de su último día.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 26 de noviembre de 2008