¡Cuánto teatro hemos visto en el Albéniz, que cerrará tras la última función de La vida es sueño! Lástima. El centro histórico anda escaso de teatros grandes, y eso lo empobrecerá más.
En el montaje de Juan Carlos Pérez de la Fuente, el mensaje de Calderón llega claro, que no es poco: el destino puede enmendarse, y lo mal hecho, rectificarse. Obremos bien, viene a decir el autor, porque el beneficio ajeno será el nuestro. Se nota que aún era joven y optimista.
Para dar espectáculo, el director usa recursos que están de moda: coreografía, diálogos, pone a los personajes a hablar sin mirarse, introduce acciones que fuerzan el sentido del texto y marca una interpretación del protagonista bronca, atlética, siempre hacia adelante. Fernando Cayo dice el monólogo del final del segundo acto con el torso desnudo, reptando como un animal. Su Segismundo, nítido, de una sola pieza, se da un aire a Espartaco: está alterado permanentemente, tira de todo y de todos como un buey.
La vida es sueño
De Calderón de la Barca. Versión: Pedro Víllora. Actores: Fernando Cayo, Chete Lera, Ana Caleya. Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Madrid: Teatro Albéniz. Hasta el 21 de diciembre.
Es ésta una producción hecha con medios, no siempre bien digeridos: mezcla alegremente estilos, texturas y épocas. Se mueve como funambulista inestable sobre el alambre que separa el eclecticismo del pastiche. Es un cúmulo donde se codean el ingenio y la ingenuidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de diciembre de 2008