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Análisis:EL ACENTO

Dentro o fuera

Joan Tardà cuida primorosamente su imagen. Gusta este político de asustar a monjas y niños de corta edad y gruñe cada vez que se le cruza un estrado. Asilvestrado ya es, pero no tímido, y multiplica sus imprecaciones a diestro y siniestro. Debe parecerle muy divertido ser Shreck, y luce bronco y montaraz en las singulares fiestas de las juventudes de Esquerra, tan proclives a quemar símbolos españoles para echarse unas risas y así demostrar cuán independientes y modernos son.

Pero resulta que Tardà es diputado del Congreso español. Por ello cobra y tiene unas hermosas prebendas que, además, le van a durar toda la vida. Y su partido, Esquerra Republicana de Catalunya, no sólo tiene la misma consideración a todos los efectos que el Partido Popular, subvenciones estatales -¿españolas?- incluidas, sino que además gobierna en coalición en Cataluña. A su cargo corre, por ejemplo, la Conselleria de Cultura, que algo debería hacer con un miembro de tan escaso respeto por los valores culturales de los pueblos. El suyo y el del vecino.

¿Sería mucho pedir a quienes han entendido que estar en las instituciones del Estado es útil para sus intereses, que acaben con estos juegos tan sucios de estar y no estar? ¿Convendría que quien ha elegido trabajar dentro del Estado -lo es el Congreso, y lo es la Generalitat- se comporte como una persona respetable, y no como un azuzador de incendios pueriles? ¿Nada tienen que decir Carod, Puigcercós o Ridao? ¿Tampoco Montilla?

Si el "¡Muerte al Borbón!" es un grito ruin en cualquier circunstancia, su gravedad -porque es grave que un diputado cante a la muerte del jefe del Estado- se multiplica por el escenario donde se produjo, con ataúdes sirviendo de hogueras que representaban a la Constitución de todos los españoles. Y peor aún el soez atisbo de explicación de Tardà y su partido.

Así que esperamos que si alguien grita "¡Muerte a Josep-Lluís Carod Rovira!" en un aquelarre fascista acompañado de cánticos y refulgentes antorchas, no se lo tome a mal el vicepresidente de la Generalitat. No vaya a pensar que alguien desea que su salud sufra traspiés alguno, qué va. Será, simplemente, la inocente expresión de alguna alegoría de elaboradísima teoría política.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de diciembre de 2008