No se había alejado mi estupor ante las desquiciadas palabras del alcalde de Getafe, que comparece en escena el señor Tardà con imprecaciones dignas de figurar en las más negras páginas de la España profunda. A la grosera verbalización de sus sentimientos, se añade el contrasentido de figurar en las nóminas de los diputados al Congreso español con una suculenta remuneración que ya quisieran para ellos la inmensa mayoría de los trabajadores de este país, que además trabajan y no holgan. Si el señor Tardà tuviera el más elemental sentido de la dignidad, junto a su teatral soflama debería haber quemado con el ataúd de la Constitución su acta de diputado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de diciembre de 2008