Si éste fuera un país serio, gente como Magdalena Álvarez, Joan Tardá, Manuel Fraga y Pedro Castro hace tiempo que debieran haber dimitido, siguiendo las más elementales normas de la dignidad teniendo en cuenta el bagaje que presentan en forma de ineptitud en el primer caso, y exabruptos y declaraciones estentóreas en los restantes. Me avergüenza como ciudadano que los citados sigan aferrados a sus cargos, aunque comprendo que es difícil renunciar a coches oficiales, dietas y sueldos de 3.000 euros mensuales. Pero lo que más me indigna es que desde sus respectivos partidos no les hayan obligado a renunciar. ¿Será que esta caterva de eminencias son sólo la punta del iceberg.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de diciembre de 2008