Malos tiempos para la música británica. Sólo un par de meses después de la desaparición de Vernon Handley, Richard Hickox ha muerto en Cardiff a causa de un ataque al corazón. Era otro entregado a la causa, otro de los que no paraban de dirigir y grabar un repertorio que gracias a él y a alguno de los que quedan -Andrew Davis, Martyn Brabbins- ha adquirido una presencia que nace del hecho indudable de pertenecer a una primera potencia cultural pero que, sin su trabajo, seguramente se hubiera reducido mucho más a las estrictas fronteras del Reino Unido.
Stanford, Elgar, Bridge, Vau-ghan Williams, Tippett, Bax, Berkeley o Britten eran los autores elegidos por este músico versátil y eficaz que sentó cátedra en ellos firmando alguna que otra referencia discográfica incontestable. Y todo eso, no lo olvidemos, con la ayuda impagable de una firma ejemplar, Chandos -es de suponer el dolor de su fundador, Brian Couzens, al conocer la desafortunada noticia-, a la que estuvo ligado desde siempre y que pierde con él a uno de sus puntales artísticos.
Richard Hickox nació en Stokenchurch, Buckinghamshire, el 5 de marzo de 1948. Hijo de una profesora de piano y un pastor anglicano, a los 23 años fundó la City of London Sinfonia y los Richard Hickox Singers. Cinco años después fue nombrado director de los coros de la Orquesta Sinfónica de Londres, una formación de la que llegó a ser director asociado. Después, con el violinista Simon Standage, creó el Collegium Musicum 90, una orquesta que le permitió acercarse al barroco con criterios historicistas y ofrecer la otra cara de su personalidad como músico. Entre ese repertorio y, sobre todo, el de su país, Hickox (que ha sido titular de la Northern Sinfonia de Newcastle y de la Orquesta de la BBC de Gales) desarrolló una carrera que le llevó a Estados Unidos (director asociado en la Sinfónica de San Diego), Holanda (como primer invitado de la Filarmónica de la Radio) y Australia (la Ópera de Sidney, de la que era titular a pesar de no pocos problemas), así como a la dirección del Festival de Spoleto.
Adalid de los acordes
Conocedor del percal del negocio de la música, Hickox, que falleció el 23 de noviembre, sabía que su presente y su futuro estaban ligados. Es decir, que a la altura de sus 60 años, el porvenir le ofrecía continuar como un adalid de la música británica, seguir presente en el circuito doméstico y, con algo de suerte, demostrar aquí y allá que sus capacidades eran más amplias. No fue un director espectacular ni sus maneras precisamente arrebatadoras, pero sí conocía a la perfección el terreno que pisaba, las orquestas trabajaban a gusto con él y era un visitante incansable de los estudios de grabación para seguir aportando datos al patrimonio patrio.
Sus discos -cerca de 300- son un admirable testimonio de dedicación a él con resultados tan arrebatadores como esa versión original, la de 1913, de la Sinfonía Londres de Vaughan Williams -de quien había ofrecido la serie completa recientemente con la Philharmonia con ocasión de los 50 años de la muerte del autor- que es, sin duda, una de las joyas fonográficas de los últimos años. Con Barbirolli, Boult y Handley, Hickox forma el panteón de los grandes defensores de una música que, si no fuera por ellos, todavía se miraría por encima del hombro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 26 de diciembre de 2008