Que algunos jóvenes encuentren en el comienzo de las fiestas navideñas la excusa para hacer un botellón, me parece una pésima costumbre. Que estos jóvenes no encuentren ninguna actividad de ocio más placentera que organizar botellones, demuestra lo desnortados que andan y la poca imaginación que tienen para divertirse.
Que esos botellones dejen el espacio público donde se realizan como un estercolero lleno de plásticos, vasos, botellas, vomitonas y meadas, me parece un acto incívico, salvaje y bochornoso.
Que estos jóvenes sean mayoritariamente universitarios, y el espacio público donde se realizan dichos botellones sean los jardines de la universidad y alrededores -en el caso de Valladolid-, me parece un insulto a los docentes y a la Universidad misma por lo que representa como institución sagrada dedicada a impartir cultura.
Que alguien, al contemplar estas celebraciones etílicas, saque la conclusión -errónea, por supuesto- de que la Universidad embrutece y aborrega, en lugar de enseñar, cultivar y educar, no debería escandalizar a nadie.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de enero de 2009