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Reportaje:GASTRONOMÍA

Roscón real

Dicen los eruditos que la costumbre de esconder un haba dentro del Roscón de Reyes, que otorga a quien lo encuentra las máximas dignidades, proviene de los juegos llamados Basilindas, en el que los niños griegos elegían de entre los suyos un rey, capaz de nombrar efímeros príncipes y dignatarios.

Otros señalan que esta gran rosca -que con tanto empeño promovió Luis XV de Francia- recordaba a las que se hacían en honor del dios romano Jano, trufadas de regalos, aunque lo sustancial era que Le Roy de la Fave, o sea, el beneficiado por encontrar entre sus bocados el duro premio de un haba seca -o una moneda- podía gozar durante un día de las prebendas que a su fortuna le había conducido, ya que en ese plazo se le trataba con el máximo respeto y era objeto de servicio por sus amigos.

Sea como fuere, el hecho es que en el siglo XVIII llegó a nuestro país la moda o la costumbre de que el día de Reyes se festejase con el pastel y su correspondiente regalo embutido en él, y que aunque en la actualidad no da lugar a un principado permite despedir las fiestas navideñas con un dulce sabor.

Los fastos, en ocasiones agobiantes -en lo gastronómico y en otras áreas de la convivencia- se disuelven en el olvido y la mejor forma de que su recuerdo se nos aparezca es con el dulce sabor del roscón.

Mas lo importante es que la costumbre ha perdurado en lo culinario, y ahora magníficos pasteleros nos sorprenden con la clásica combinación en los obradores de la harina, la mantequilla, los huevos y el azúcar, a la que en este caso -y sea en honor de los Magos de Oriente- se suman el agua de azahar, las ralladuras de corteza de cítricos, algunas frutas escarchadas y la sempiterna y seca haba que nos promete beneficios sin cuento.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 4 de enero de 2009