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Crítica:

Elogio del gañán

Como se encargaba de subrayar desde su mismo título una comedia de Étienne Chatiliez de mediados de los noventa -La bondad está en el campo (1994)-, el cine comercial francés parece sucumbir periódicamente al empeño de desempolvar el viejo tema de la alabanza de aldea y menosprecio de corte para poner a prueba la rentabilidad del tópico. Bienvenidos al norte, segundo largometraje como director del cómico Dany Boon, ha sido la última tentativa en este sentido y el resultado ha sido (económicamente) espectacular: de puertas afuera, la película viene a confirmar, no obstante, esa vieja regla que propone desconfiar de todo producto europeo cuyas principales credenciales tienen que ver con la recaudación en el ámbito local.

BIENVENIDOS AL NORTE

Dirección: Dany Boon. Intérpretes: Dany Boon, Kad Merad, Zoé Félix, Michel Galabru, Zinedine Soualem, Anne Marivin. Género: comedia. Francia, 2008. Duración: 106 minutos.

En la escena más memorable (o la única que se recuerda sin sonrojo) un ominoso Michel Galabru emerge de las sombras -de hecho, unas sombras parecidas a las que rodeaban al coronel Kurtz de Apocalypse now (1979)- para disparar un breve monólogo que concentra e inflama algunos prejuicios compartidos por el francés medio sobre la región de Nord-Pas-de-Calais, indeseado destino profesional del protagonista que encarna Kad Merad, la respuesta argelina a Manuel Manquiña. En Nord-Pas-de-Calais se habla el dialecto que el francés urbanita ha asociado al poco avanzado hombre de campo.

El secreto del desmesurado éxito de Bienvenidos al norte en el país vecino reside en el reajuste de un tópico lacerante para su disfrute políticamente correcto: comedia con gañán a la que se le ha dado la vuelta para que la broma caiga, aparentemente, sobre el arquetipo del envarado urbanita. El problema (o, quizás, el quid de la cuestión) es que sigue siendo una comedia con gañán, pero un gañán forradito de sentimentalismo, dispuesto a empaparse en el lodazal de su idiosincrasia dialectal, en la seguridad de que acabará ganándose el corazón de quien antes se tronchaba con su ingenuidad y su bonhomía.

Que no espere el espectador un calco de nuestras comedias desarrollistas: la película de Boon tiene la correcta caligrafía del cine comercial francés y toda la astucia del mundo para convertirse en caballo ganador. No falta ni una canción de Stevie Wonder para los momentos tiernos, ni una fastidiosa reivindicación de los placeres de las cosas sencillas para captar la benevolencia del escéptico. Vayan con cuidado.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de enero de 2009