Dicen de Josep Guinovart que cuando era niño le creció un pincel en la mano. Lo utilizaba con la maestría del que maneja un miembro más de su cuerpo. Y también cuentan que el artista barcelonés murió con ese pincel en la mano. Tras su adiós, a finales de 2007, una serie de exposiciones recuerdan la trayectoria de este seguidor de Picasso. Aseguran que la suya fue una segunda vanguardia al fusionar en sus grabados y pinturas otra manera de asimilar el arte popular.
La muestra que Caja Mediterráneo y el Ayuntamiento de Cádiz han llevado hasta una de las salas de exposiciones del castillo de Santa Catalina tiene por título Tierra y memoria. La componen 41 grabados entre litografías, serigrafías y otras técnicas como el aguafuerte. Son de diferentes etapas de su prolongada carrera. El artista murió con 80 años y durante la década de los cincuenta forma parte de un joven grupo de talentos vanguardistas de posguerra que, a través de su arte y su presencia en ciudades europeas, trató de imprimir un nuevo aire a la pintura en España.
En su obra destacan dibujos, carteles y grabados, como los que ahora se exponen en la capital gaditana. "Era rudo e intuitivo", dice de él el crítico Joan Manuel Bonet. Su primitivismo le llevaba a retratar desde la abstracción el paisaje que le rodeaba de una manera directa, pero sin renunciar a una gran sensibilidad. Entre los 41 trabajos seleccionados destaca su fijación por la naturaleza, por la pulsión de la tierra y la fuerza del paisaje. "El grabado te da la cara y la cruz", solía explicar Guinovart, "la cara de la ilusión y la cruz del misterio". Sus paisajes juegan con los colores y referencias muy reconocibles.
En el Castillo de San Sebastián. Cádiz. Hasta el 10 de febrero. De 11.00 a 19.45. Gratis.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de enero de 2009