Las similitudes entre la crisis actual y la que derivó en la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado son cada día más explícitas e inquietantes. La destrucción de riqueza financiera es de las más destacadas; los operadores financieros más importantes del mundo, fundamentalmente los grandes bancos, van sucesivamente cayendo en los brazos del apoyo público, casi sin excepción. La contracción en el crecimiento de las economías, aunque menos intensa y duradera que la de entonces, es ya la más acentuada para el conjunto de la economía global desde la Segunda Guerra Mundial. En este contexto hay que enmarcar el severo deterioro de los mercados de trabajo en todas las economías.
Ante parentescos tales, los Gobiernos han de evitar caer en la tentación más inquietante: el aumento del proteccionismo. Eso fue lo que transformó una mera crisis en el periodo más adverso de la historia económica, con consecuencias trágicas. Las políticas de "perjuicios al vecino", como las devaluaciones competitivas u otro tipo de obstáculos al comercio resultaron fatales para todos. Los riesgos no son equivalentes, pero hay señales preocupantes. Los compromisos electorales del presidente Obama de penalizar a las empresas que subcontraten en el exterior o externalicen tareas intensivas en valor añadido se añaden a las ayudas a determinados sectores, ya sea para estimular de forma artificial su competitividad internacional o para evitar que destruyan empleo. Son nefastas las consignas aparecidas estos días como la de comprar americano o contratar antes a los trabajadores del país. Las invocaciones a practicar algún tipo de nacionalismo económico, con independencia de su eficacia, son desafortunadas para neutralizar amenazas mayores.
Hizo bien el G-20 en tratar de exorcizar esos temores, y harían bien los Gobiernos de los países ricos en impulsar la definitiva conclusión de la Ronda Doha en el seno de la OMC. El descenso en el volumen de comercio internacional, en gran medida consecuente con la crisis, no debe dar lugar a un escenario de desglobalización: de involución en la ampliación para todos del espacio comercial y financiero.
El particular origen financiero de esta crisis y su manifestación en la concesión de fondos públicos a grandes bancos y compañías de seguros a punto de quebrar en muchos países avanzados, junto a la inquietante continuidad del racionamiento crediticio, podrían dar lugar a esa nueva modalidad de proteccionismo financiero del que ha advertido con razón el primer ministro británico Brown.
La discriminación por razón de la nacionalidad en las ayudas a los operadores financieros o en la concesión de créditos serían nuevas formas de involución en los intercambios. Lo que remite a la prioridad, en la próxima reunión del G-20 en Londres, en abril, del compromiso por el libre comercio en su más amplia acepción. Quien en ese foro quiera tener voz propia ha de entonarla alejando toda tentación proteccionista.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 3 de febrero de 2009